Estamos
en el año 2004 y tengo 33 años. Es cuando inicio la escritura de este libro, al
que he realizado correcciones posteriormente. Porque en esta vida somos
peregrinos y nos vamos renovando constantemente en la mente y el Espíritu, como
dice San Pablo
.
Yo siempre he creído en Dios, gracias a que
mis padres que me bautizaron en la Iglesia que es Católica y Apostólica. Allí
recibí el mayor don de Dios. Puso en mi su Espíritu y me llamó hijo mío por
primera vez, para que yo cuando yo creciera, libremente escogiera llamarle
Padre. Eso se consigue en el Bautismo, sacramento instituido por Cristo para su
Iglesia.
Siempre he creído en Dios, como muchos, y
no siempre he obedecido a Dios, como muchos. Lo cual hace tu fe vana, porque no
es suficiente con creer mentalmente en la existencia de Dios, ya que como dice
la Escritura, los demonios
también creen, pero tiemblan
.sino
que debes hacer lo que el dice, y
la
Iglesia tiene la tarea de enseñar lo que El dice. No siempre
he comprendido esto. Luego aprendí la doctrina cristiana suficiente para
realizar mi primera comunión del cuerpo y la sangre de Cristo. Los evangélicos
y protestantes en general no aceptarían esto como legítimo ante Dios, sin
embargo es curioso. Yo no conocí a Dios fuera de
la Iglesia Católica,
sino dentro de ella. ¿Cómo es posible que yo adquiera mi base cristiana en un
lugar que por ejemplo, los evangélicos, tildan casi de abominación?
¿Qué hubiera sido de mí, sino hubiera sido
bautizado en la Iglesia Católica, sino hubiera de niño estudiado religión católica
en el colegio? Muchos protestantes deberían considerar esto, al igual por
ejemplo de pensar que las sagradas escrituras, la Biblia, la tenemos por medio
de la Iglesia, la misma Iglesia que muchos protestantes relacionan con Satanás,
el error, y el escándalo.
Por esto, resulta contradictorio el renegar
de la Iglesia que a mí me ha facilitado la oportunidad de tener fe en
Jesucristo, Hijo de Dios, que murió por mí y por toda la humanidad en la cruz,
y que resucitó al tercer día. Resulta conflictivo el renegar de la Iglesia, cuyo credo es mi
credo. Sin embargo, yo me aparté de ella, llegué a sentirme muy lejos de ella,
pero en el fondo más profundo de mi corazón, nunca pude de renegar
completamente de la Iglesia que me dio la oportunidad de ser salvo para la vida
eterna. Pero van a tener que suceder muchas cosas en mi vida, para que llegue a
comprender lo que es la obediencia a Dios como parte de la fe cristiana.
Por eso, aunque alejado de ella, nunca dejé
de sentirme en ella de alguna manera. Por eso, aún cuando andaba acudiendo a
congregarme con hermanos evangélicos o bautistas, nunca me sentí protestante,
ni integrado plenamente en sus congregaciones. Por eso, tal vez siempre defendí
que yo no quería ser miembro de ninguna de esas congregaciones, sino hermano de
todos. En mi ha existido siempre un concepto. De acuerdo con la Biblia:
- La Iglesia es una.
- Los cristianos somos todos hermanos unidos en la misma fe y en la
misma Iglesia.
- Las divisiones no son aceptadas por Dios.
- Las denominaciones protestantes colisionan frontalmente contra la
verdad de las escrituras.
Ahora, reconozco que durante muchos años
fui creyente en la teoría, pero no en la práctica, y que fui detrás de aquellos
que la Biblia llaman,
“lobos vestidos de
ovejas” buscando a Dios, lejos, cuando lo tenía muy cerca.
Reconozco que me radicalicé y me convertí
en un cristiano fundamentalista, inspirado por las enseñanzas de falsos
maestros a los que escuché, pero mi afán por seguir la verdad, de cumplir lo
que dice la Biblia, me fue alejando de las teorías fundamentalistas y separadas
de la Iglesia católica. La
Biblia que muchos enarbolan para defender falsas doctrinas,
es un arma de doble filo que puede hacer que te tragues tus palabras y que la
verdad completa salga a relucir con el tiempo. Eso es más o menos lo que a mí
me sucedió, y es lo que trataré de explicar en este libro.